EL SABUGUERO DE LOS PUÑOS DE ACERO (I)


La Pantera de Sabugo, un boxeador de barrio que triunfó en la Asturias de Primo de Rivera
(infografía: Miguel De la Madrid).



El camino de un chaval de Sabugo, convertido en boxeador, hasta alzarse con el título de campeón de Asturias de los pesos medios.
                       
            En la pila le pusieron José López, pero con ese nombre no daba miedo a nadie. Era alto, moreno y de cuerpo nervudo. Tenía 71 kilos de una musculatura endurecida por el trabajo y se movía con agilidad, como una pantera. Además era de Sabugo y presumía de ello. La cosa estaba cantada. El bueno de Pepín, que se transformaba en una fiera salvaje en el cuadrilátero, se llamaría “La Pantera de Sabugo”.
            La prensa tenía culpa de tan fiero nombre. Contaban sus hazañas haciendo rugir las máquinas de escribir con un eco tan lejano que se escuchaba en toda la selva mediática. El boxeo, como todo el deporte de competición, empezaba a ser, antes que nada, un invento de la prensa. Se vendían más ejemplares, se creaban polémicas, se fomentaban desafíos y, como se dice hoy, con todo ello se “fidelizaba” a los lectores.
            Durante los años veinte el fútbol avanzó con paso de gigante hacia su profesionalización, sólo el ciclismo parecía hacerle sombra en las letras de molde. Junto a ese deporte el boxeo empezaba a ser tenido en cuenta. Tener un campeón local fue la llave para que en Avilés el interés creciera sin precedentes. Los periódicos siguieron a “La Pantera” desde que empezó a despuntar, de modo que, cuando llegaron sus  victorias más sonadas, el boxeo era aquí un deporte capaz de arrastrar a los aficionados con el seguro enganche del éxito, destronando al fútbol de las preferencias de siempre.
También se fue creando ese ambiente tan especial que siempre ha perseguido al boxeo. Los cronistas de la prensa influían en los combates, ellos mismos eran promotores de los desafíos, hacían apuestas desde los papeles e incluso alguno compatibilizaba ese lugar en los diarios con cargos en la federación regional de boxeo. Demasiados intereses y muy poca transparencia.
Por otra parte en el boxeo la decisión de los jueces es más vulnerable a la crítica, su sistema de puntuación en los combates que no se resuelven por K.O. es muy cuestionable y de eso se valieron los periódicos para empezar a hablar a destajo de combates amañados y lanzarse órdagos y desafíos en una especie en la que el fútbol y el boxeo iban creciendo juntos. En algunos combates flotaba interesadamente la sombra del tongo. Vendía mucho.
La parcialidad teñida de amor al pueblo para adobar la tensión de los enfrentamientos era la estrategia. Hizo nacer una nueva suerte de género periodístico, la polémica entre cabeceras a cuenta de los enfrentamientos deportivos entre las diferentes localidades.
En esa jungla se movían aquellos boxeadores con apodo de fiera. Había nombres de andar por casa como Faroles, Panadero de Arnao, Minchero, Rigoleto, Abelardo El Marino o Jack El Castañero, pero aquel boxeo era como un zoológico de animales enjaulados por doce cuerdas. Jabato de Bilbao, Chacal de El Llano, Fiera de Avilés, León de Pumarín y, sobre todo, panteras mil, además de la de Sabugo: Pantera de Arosa, Pantera de Atocha, Pantera de El Llano y hasta Pantera de Tremañes. Como se puede ver, este felino era capaz de adaptarse a cualquier ecosistema.
En poco tiempo la fama asturiana del de Sabugo y sus victorias fueron suficientes como para convertirlo en aspirante al título regional. El combate sería en casa del campeón, Genaro González, “El León de Pumarín”, el 6 de febrero de 1928.
En Oviedo no se había conocido una expectación semejante por un match de boxeo. Días atrás se discutía en calles y cafés. Se cruzaban apuestas y opiniones. Incluso se olvidó la salida del Real Oviedo a Coruña. La lucha de la Pantera y el León lo acaparaba todo. El marco, incomparable, la reserva de la buena sociedad, el mismísimo teatro Campoamor, conseguido por los promotores hermanos Yeyo. De Avilés habían llegado por cualquier medio de locomoción más de setecientas personas. Y eso, en la Asturias de 1928 para ver a un púgil, era muchísima gente.
Pasada la media noche los luchadores saltan al ring. El León era tan fiero como lo pintaban y atacó con saña. La Pantera se defendía con directos de contención y más de una vez con la espalda contra las cuerdas. Hasta el tercer asalto la pelea iba franca para el de Pumarín, dejando patentes algunas de las carencias del sabuguero: encajaba bien, aguantaba mucho, pero pegaba flojo. Sus piernas eran rápidas, ágiles, pero con un punto de flaqueza para sostener tanto cuerpo. Retrocedía demasiado y no se decidía a atacar hasta que no intuía el cansancio del contrario. No tenía escuela, era de un boxeo tosco, pero efectivo en combates largos.
Al tercer round todo cambia. El León estaba cansado después de tanto ataque. Pantera se había movido bien, esquivando los peores golpes, que se fueron al aire, y su rival empezaba ahora a acumular gran fatiga, después de haber abofeteado a todos los fantasmas del cuadrilátero. Pantera aprovechó entonces sus virtudes, su izquierda veloz y su magnífica guardia para esconder la cabeza. Saca las manos y llega al estómago y a la cara del León. Los uppercuts del de Pumarín no encuentran ya destino. Por su rostro resbala la primera sangre y las cuentas de los jueces empiezan a sumar puntos para el de Sabugo. El cuarto asalto había caído de lado del púgil marinero. Sólo en los dos primeros los puntos daban clara ventaja al ovetense.
En el quinto asalto Pantera lanza una lluvia de golpes mientras no deja de bailar con una nueva guardia de pies. Coloca buenas manos. Directos arriba para aturdir y abajo para cortar el soplo. En el sexto una izquierda deja al León maltrecho, groggy, apoyado en las cuerdas sólo por la nuca. Un segundo puñetazo lo deja sin sentido, piernas encogidas y brazos colgando. No podía continuar, sólo el gong lo salvó del golpe de gracia. La pelea concluyó en el sexto asalto. El de Pumarín había pagado un exceso de confianza. Creerse que era más boxeador, como le decían todos los periódicos: “Región”, “Lunes Deportivo”, e incluso el prestigioso y bilbaíno “Excelsior”, la biblia del deporte por entonces.
Puede que fuese más boxeador, pero había dejado de ser el primero. La Pantera de Sabugo era el nuevo campeón de Asturias de los pesos medios.

                                                                           Publicado en La Nueva España, 20-V-2011

EL SABUGUERO DE LOS PUÑOS DE ACERO (y II)


Publicidad de los combates de La Pantera de Sabugo que circuló por Asturias y Madrid
(infografía: Miguel De la Madrid).



Aventuras madrileñas y otras andanzas de La Pantera de Sabugo, boxeador que un día quiso alzar los brazos entre las doce cuerdas del circo Price.

En el capítulo anterior dejábamos a La Pantera de Sabugo saboreando su éxito. Muchos paisanos habían viajado hasta Oviedo para llevarle su aliento en la decisiva velada en que se proclamó campeón de Asturias. Tenía afición, admiradores rendidos a sus puños, convertidos en forofos para lo que hiciera falta. Y Pepín era de ley. Para reconocer tanto apoyo del público, al día siguiente de su gran triunfo ofreció una fiesta en El Parche y en las calles de Sabugo. Un baile, de 9 a 11 de la noche, amenizado por un organillo que Pantera pagaba de su bolsa de campeón.
Era el rey de Avilés. Lo reconocían por la calle. Allí donde fuera los niños le rodeaban y las chicas le ponían ojitos. Camuesco, aquel músico legendario, compositor de afamados cuplés, capaz de citar en sus letras al mismísimo Pedro Menéndez, le dedicó un pasodoble: “La pantera de Sabugo, pasodoble sobre motivos populares”. El púgil había ascendido al Olimpo de los nuevos dioses del deporte, con las viejas hechuras de los dioses de la tauromaquia. Tenía hasta pasodoble propio. Y eso era mucho tener.
Sus combates provocaban expectación en su villa natal y el Teatro-Circo Somines hizo reformas para acomodar mejor el ring. Había seguidores, había triunfos y, por si fuera poco todo lo dicho, las confiterías de Asturias se lo disputaban como reclamo publicitario de sus productos. En Avilés la Nueva Confitería lanzaba a los cuatro vientos, en llamativos reclamos, que el secreto del éxito del sabuguero eran sus teresicas (las de la confitería). No estaba de acuerdo la gijonesa Confitería Darío, que afirmaba en su publicidad que La Pantera iba de incógnito a su pastelería para comer las delicias con las que fortaleció sus puños hasta ganar al León de Pumarín. El arma secreta oculta en un obrador pastelero. O en dos. Era célebre en toda Asturias. 
Después de conquistar por tres veces en dos años el título regional poco le quedaba por ganar en su tierra. Peleas, desafíos aquí y allá por ir consiguiendo algunas bolsas sustanciosas. Se los lanzaban sus rivales más directos en los periódicos, de acuerdo con promotores y periodistas. Combates a 10 rounds con guantes de crin de seis onzas, vendaje reglamentario y bolsa para el ganador en el lugar elegido por La Pantera.
Y se usaba las más artera provocación. Un periodista de Oviedo, interesado en que La Pantera aceptase un desafío contra Julio Viejo en su casa, llegó a enviar una crónica a la “Gaceta Deportiva” de Barcelona, diciendo que en un combate anterior entre Pantera y Viejo, una admiradora del avilesino había cogido a Viejo por una pierna arañándole la pantorrilla. Todo en plena pelea. Agresión en el octavo round. Cualquier cosa servía para  provocar o para calentar el ambiente.
 Hubo entre aquellos combates alguna derrota dolorosa, como la pelea contra Peña, otra vez en el Campoamor, que La Pantera abandonó en el noveno round, completamente groggy por el castigo recibido. Sin embargo la victoria, en febrero de 1932, contra José Antonio López “Pin Astur”, le compensó de todo. Con ella llegó ese tercer título de campeón de Asturias. Y se creyó el mejor.
 Los sones dulzones del organillo le venían al oído. El pasodoble de La Pantera. La melodía de la victoria. Además tenía gente muy cercana repitiéndole al oído que era muy bueno. Necesitaba aprovechar el momento. Ganar todo lo que pudiera en muy poco tiempo. Así que decidió ir a probar en la Corte. La capital comenzaba a ser un lugar donde se veía a púgiles con proyección y de Pantera habían escrito los periódicos de Gijón que tenía posibilidades de boxear incluso en Nueva York. Si era una invención, no era mala. Como maniobra publicitaria, la mejor. Su nombre empezó a conocerse y el bueno de Pepín, tal vez mal aconsejado, bajo al Foro detrás de su fama.
Conoció aquel Madrid de agitación republicana. Allí se presentó, el 10 de marzo de 1933, contra Jaime López “Ponce de León”, un antiguo marinero con un martillo en cada mano. Eran dos pescadores entre doce cuerdas. Pero no para calar boyas.
Pantera se llevó una somanta. Fue vista por la media entrada que acudió al circo Price. Y la recordó, negro sobre blanco, una prensa capitalina muy cruel. El periodista madrileño Cruz y Martín le reservó una crítica demoledora. Así concluía: “La Pantera recibió un palizón, aguantándolo bien y perdiendo por puntos. El público hubiera perdido la paciencia, de no reír bastante con las extravagantes posturas de “la fiera”.
 Otros dijeron que Pantera no sabía boxear. Y otros, como el Revoltillo del Gracia, lo tomaron con humor, que es la peor forma de tomarse la derrota de un campeón:

  “En Price hubo una velada
y al empresario le plugo
anunciar como un fenómeno
al “Pantera de Sabugo”.
  Y a apenas asomó al “ring”
la tan renombrada fiera
pude ver que el empresario
nos dio gato por pantera.”

Fue una expedición fallida. Volvió sin haber besado la lona, sin haber caído al suelo, pero con el convencimiento de donde estaba su techo. Muy lejos de La Cibeles y a años luz de la Estatua de la Libertad. Muy poco más allá de Pajares. Aunque eso no acabó con Pantera. Su estilo de boxeo era crecerse en el castigo. Y eso es lo que hizo después de Madrid.
Habían pasado algunos meses de tan humillante derrota cuando Emilio Bautista, presidente de la Federación Castellana de Boxeo, recibió una postal dedicada por La Pantera de Sabugo. Era la típica fotografía de busto con el púgil guardia en alto, pero la zona de los brazos estaba absolutamente desgastada, en muy mal estado. Invisible. A Bautista le pareció de mal gusto que le enviaran una foto vieja y deteriorada y, buscando explicación al estado del obsequio, miró al dorso y la encontró, con creces, de puño y letra del sabuguero:
“He raspado la parte de los brazos. Perdóneme que me haya tomado esta libertad, pero es que mi guardia es secreta, y si usted la ve puede decírsela a otros púgiles, lo que sería perjudicarme”.

Así de chulo era este Pantera.

Publicado en La Nueva España, 27-V-2012.